octubre 18, 2009

InTra UTerino




Karen me contó, que en el año 1999, cuando ya tenía a su primera hija de dos años, se había puesto la T de cobre como método anticonceptivo y que luego se había hecho el control anual en el consultorio y que justo después de eso se embarazó. Lo mismo le pasó con el siguiente hijo en el año 2003, es decir a esas alturas ya tenía tres.
Me contó que alguien le dijo a ella que eso lo hacían en los consultorios en la década de los 90 cuando los nacimientos en Chile estaban en decadencia y que se dejaban mal puestos los tratamientos anticonceptivos a las mujeres que estaban formalmente establecidas o con la responsabilidad de un hijo previo al menos y también a las que estuvieran casadas.
Karen cree firmemente que sus dos últimos hijos los pudo haber evitado, ya que su primer hijo lo tuvo a los 17 años, por accidente.
Ahora ya no tiene al hombre que la embarazó, ni tampoco su ayuda económica porque se fue para siempre, olvidándose que había formado una familia, o lo que es peor, creyendo que al formar una nueva vida, el pasado desaparecería.
Karen dejó todo tratamiento externo y se cuida con la abstinencia sexual, se distrae visitando a sus amigas de vez en cuando, trabajando duro para mantener a su familia, saliendo a pedalear todos los domingos en la mañana por una hora, para liberar las tensiones de la semana y poder llenarse de energía porque las penas se pasan con el tiempo y cuando encuentre al hombre que la haga feliz, porque no pierde las esperanzas, poder volver a usar un tratamiento anticonceptivo eficaz para que esta vez si de resultado, porque la tasa de natalidad en Chile sigue baja y a ella le parece que ya aportó suficiente.

julio 22, 2009

Cangriman dice: Soy Fino y Elegante


Sentado en uno de los asientos traseros de la micro del Transantiago, con una bolsa blanca que envolvía una caja de vino tinto, con abrigo largo, el pelo revuelto y evidenciando una borrachera reciente, se percató que una mujer se sentó a su lado.
Una mujer se sienta a su lado y él, Sergio, se asusta, le habla, le dice que está borracho, le pide permiso a ella y a su pareja para seguir tomando. Ella apenas lo mira y le pide que eviten conversación, pero Sergio insiste, en su permiso y ella entonces le contesta “haz lo que quieras, es tu vida” porque ella lo que realmente pensaba era que no iba a tomar partido en las decisiones de un borracho, que anda lanzado a la vida, total, su vida es su vida y no la vida de ella.
En ese momento, él borracho saludó a un hombre de chaqueta roja que conocía y comenzó a decirle que estaba lanzado a la vida, y hace dos días que no paraba. Le contó que le había pedido permiso para beber a la señorita que estaba a su lado, pero que se sentía avergonzado de estar tomando al lado de una mujer, porque él era elegante, pero a las pocas cuadras estaba abriendo la bolsa y empinándose la caja de vino.
Habló que venía de la casa de su madre y que ella estaba triste por verlo así, contó que su papá le había prohibido sacar su propio auto, porque cuando él se ponía a tomar, era capaz de vender la cama o la televisión para seguir, pero que había pedido un crédito por tres millones y que le había regalado un millón a su papá y uno a su mamá, quinientos mil pesos a su hermana y él solo se había quedado con medio millón, pero que estaba recibiendo cartas de cobranza, que no sabía que pasaría con eso, pero que lo importante era ir con elegancia por la vida, por que él era elegante.
Le regaló un salero de plástico de tapa y letras azules lleno y sellado al hombre de chaqueta roja que lo escuchaba mientras le decía que él se iba a recuperar, que él iba a ser Don Sergio, pero que por el momento andaba de Chechito, tomando, lanzado a la vida.
Le preguntó la fecha y cuando el hombre de chaqueta roja contestó trece de julio, Sergio escuchó trece de junio, y dijo que el veinte de julio lo iba a ver bien, recuperado, surgiendo, arriba y que cuando estuviera arriba, le iba a recordar este tropiezo de su vida en una micro.
La mujer sentada a su lado, con abrigo largo Channel, y los ojos cerrados, lo escuchaba y pensaba en que solo faltaban siete días para cumplir la meta, pero que para Sergio faltaba más de un mes y que la diferencia de días perdidos en el vicio era parecido al abismo.
Le regaló una barra de chocolate al hombre de chaqueta roja que lo escuchaba y le volvía a decir, que cuando se recuperara, iba a ser Don Sergio, que estaba acostumbrado a andar en auto, que no tenía ni tarjeta bip, que el chofer lo conocía y que por eso lo llevaba, pero que ese recorrido no lo dejaba cerca de su casa, pero andaba con un turro de billetes, que le alcanzaban para comprarse dos botellas más, porque no sabía quien lo iba a recibir, que era probable que tuviera que dormir en la calle y recurrir a otros vagos conocidos que consumían pasta base, pero que él no era así, que se iba a recuperar porque era elegante y su camino llegaba hasta esa esquina.
Con el mínimo de groserías pronunciadas, el acompañante de la mujer se despidió de él con un “que tengas buen viaje, elegante”.
Se bajó de esa micro con su bolsa blanca en la mano, la mirada perdida y lo que creía era su vida.

junio 26, 2009

Desempleada no es sinónimo de desamparada (¿o todo lo contrario?).


Por circunstancias de la vida conocí a un sujeto que estaba en la cima de su carrera, como jefe de recursos humanos de una empresa y yo estaba sin trabajo.
Creí que porque había estado en su casa un par de veces o porque me pareció con eso tener cercanía, es que me atreví a pedirle trabajo en su empresa. Le envié mis datos al correo que estaba escrito en su tarjeta de presentación y dos días después, recibí un llamado donde me citaban a una entrevista a la que llegué media hora atrasada por tener que cruzar todo Santiago sin haber previsto las distancias.
Desde el momento en que me presenté, el tono del encuestador fue violento, me pidió que llenara unos formularios y al momento de devolverlos, comenzó a leerlo para entablar una especie de monólogo de desprestigio a mis respuestas, esperando que yo intentara responderle, para volverse cada vez más duro.
En ese momento saqué a colación el único comodín con el que contaba y era el conocer al sujeto que me hizo el contacto, a ver si eso, detenía al encuestador, pero no solamente evadió lo que le estaba diciendo, sino que mantuvo su ataque y me pidió llenar otro cuestionario afuera de esa oficina.
Sentada en una de las tantas sillas, ocupadas por varios hombres que daban entrevista, me puse a pensar que necesitaba trabajo y que a pesar del mal trato, debería resistir y llenar las hojas, sin dejar que me afectara lo que acababa de suceder. Fue en ese momento en que entró a la sala el resplandeciente jefe de recursos humanos.
Busqué su cara, casi como buscando la cara de un amigo, cuando se está en problemas, esperando consuelo, pero fue en ese instante, cuando se cruzaron nuestras miradas, que me comunicó su desprecio infinito, porque no solamente no quiso saludarme, sino que también se avergonzaba de mi presencia, pero que disfrutaba de la situación. Comencé a asociar los malos tratos del encuestador con una solicitud explícita y que no estaba alucinando.
Para esa época en que yo anulaba y evadía por costumbre algunas situaciones desagradables, tuve que enfrentar otra situación. No solamente no conseguí ese trabajo, sino que además de haber tenido uno de los días más humillantes de mi vida, la situación quedó impune, porque nadie habló una palabra más desde ese día. No volvía a verlo nunca más, ni frecuenté su casa ni sus amistades. Sola y sin apoyo de quién yo suponía debía apoyarme, me rearmé como pude y encontré finalmente un trabajo y otras oportunidades.
Casi cinco años después, para mi sorpresa, su cara, su nombre y su cargo me golpearon un fin de semana, abriendo la página central del diario La Tercera, con la información de ser una de las mejores empresas en su rubro a nivel nacional.