junio 26, 2009

Desempleada no es sinónimo de desamparada (¿o todo lo contrario?).


Por circunstancias de la vida conocí a un sujeto que estaba en la cima de su carrera, como jefe de recursos humanos de una empresa y yo estaba sin trabajo.
Creí que porque había estado en su casa un par de veces o porque me pareció con eso tener cercanía, es que me atreví a pedirle trabajo en su empresa. Le envié mis datos al correo que estaba escrito en su tarjeta de presentación y dos días después, recibí un llamado donde me citaban a una entrevista a la que llegué media hora atrasada por tener que cruzar todo Santiago sin haber previsto las distancias.
Desde el momento en que me presenté, el tono del encuestador fue violento, me pidió que llenara unos formularios y al momento de devolverlos, comenzó a leerlo para entablar una especie de monólogo de desprestigio a mis respuestas, esperando que yo intentara responderle, para volverse cada vez más duro.
En ese momento saqué a colación el único comodín con el que contaba y era el conocer al sujeto que me hizo el contacto, a ver si eso, detenía al encuestador, pero no solamente evadió lo que le estaba diciendo, sino que mantuvo su ataque y me pidió llenar otro cuestionario afuera de esa oficina.
Sentada en una de las tantas sillas, ocupadas por varios hombres que daban entrevista, me puse a pensar que necesitaba trabajo y que a pesar del mal trato, debería resistir y llenar las hojas, sin dejar que me afectara lo que acababa de suceder. Fue en ese momento en que entró a la sala el resplandeciente jefe de recursos humanos.
Busqué su cara, casi como buscando la cara de un amigo, cuando se está en problemas, esperando consuelo, pero fue en ese instante, cuando se cruzaron nuestras miradas, que me comunicó su desprecio infinito, porque no solamente no quiso saludarme, sino que también se avergonzaba de mi presencia, pero que disfrutaba de la situación. Comencé a asociar los malos tratos del encuestador con una solicitud explícita y que no estaba alucinando.
Para esa época en que yo anulaba y evadía por costumbre algunas situaciones desagradables, tuve que enfrentar otra situación. No solamente no conseguí ese trabajo, sino que además de haber tenido uno de los días más humillantes de mi vida, la situación quedó impune, porque nadie habló una palabra más desde ese día. No volvía a verlo nunca más, ni frecuenté su casa ni sus amistades. Sola y sin apoyo de quién yo suponía debía apoyarme, me rearmé como pude y encontré finalmente un trabajo y otras oportunidades.
Casi cinco años después, para mi sorpresa, su cara, su nombre y su cargo me golpearon un fin de semana, abriendo la página central del diario La Tercera, con la información de ser una de las mejores empresas en su rubro a nivel nacional.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Triste hombre que desdeña sin piedad. Pero todo lo que sube un día ha de bajar…

Un placer leerte. Saludos.